De milenios y desiertos
21/11/2009Publicado en ABCD las Artes y las Letras
De La paz de febrero, la novela anterior de Justo Sotelo, traje a colación, su capacidad, entre muchas otras virtudes, por otorgar significados, mediante personajes de carne y hueso, a los héroes míticos de los orígenes de nuestra cultura y, consecuencia de ello, la inmersión feliz que se hacía en la realidad más inmediata, sin caer en los vicios que lastran la narrativa española desde hace años: el costumbrismo más ramplón y la fórmula realista sacada del thriller. Al contrario, la prosa de Sotelo es una prosa que aboga por sumergirse en la vida, pero lo que podría resultar un retrato apenas fotográfico se convierte, por esa capacidad antes referida, en una descripción donde se otorga carta de respeto a la actitudes vitales, donde se da rienda suelta a sentimientos, sin miedo a caer en el sentimentalismo -la bicha de la narrativa moderna-, porque el autor no busca claroscuros melodramáticos sino plasmar un panorama que describa un momento de lo que acontece hoy, representado por unos personajes que aman y sufren y por elllo se conocen a sí mismos... nada menos. En esta nueva novela, podría decirse que esas felices características se han intensificado hasta alcanzar cierto magisterio.
El autor ha sabido ajustarse aún más a los caracteres de cada personaje por el modo que tienen de utilizar el lenguaje, su lenguaje, y eso revela un atento afecto a los logros de lo mejor de la estela realista de la literatura norteamericana. Sin entrar en detalles hay, por ejemplo, una querencia por la narrativa de Tom Spanbauer y su método de "escritura peligrosa", vale decir, inmiscuirse en temas que sean incómodos para el autor, para que dé lugar a una sinceridad y una intensidad rara veces lograda de otro modo. Quizá ello explique cierto paralelismo entre las vivencias afines de Teo Abad, el narrador, y el autor mismo, referentes, por ejemplo, al barrio de Entrevías, pero esto no agota la cosa, sólo sugiere paralelismos de goces críticos, como las referencias a Antígona, en Judith, sin ir más lejos, con su obsesión por saber del paradero de sus padres asesinados por los franquistas.
El libro es un canto al amor y a la memoria, salvaguarda de ese amor; es un alegato contra la violencia surgido de un entorno inolvidable como es Entrevías; es un retrato lleno de piedad hacia las víctimas de cualquier tipo, en especial las de las guerras, y es, ante todo, una novela donde se habla de encuentros y desencuentros.
JUAN ÁNGEL JURISTO