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Símbolos y augurios 31/10/2009Publicado en ABCDe las Artes y las Letras



Poemas no diré que de cercanías, aunque sí de media distancia, estos últimos de Wislawa Szymborska no llegan a tener el curso y el caudal de los suyos más largos, ni tampoco -salvo algunos de ellos- una extrema brevedad: constituyen, pues, un equilibrado conjunto en el que predominan la aceptación y el tono más serenos, puestos al servicio de una visión esperanzada que tiene su reflejo en el carácter afirmativo que impregna esta entrega y que se transparenta hasta en su mismo sistema de decir.

Poesía arraigada en el sentido que Dámaso Alonso a esta definición le daba, ésta suya de ahora es topológica en grado sumo porque parte de la consciencia misma del lugar y de las geométricas perfecciones del espacio. El primer poema -que da título al libro- lo explica muy bien: para su autora, este mundo no es tal vez el único pero sí el mejor de los posibles. Por eso las calles le parecen espejos de «miles de millones de caras», y el tiempo, un eje de simultaneidades con el que la Naturaleza -escrita con mayúscula- nos engaña, sacando a flote lo que, a lo largo de los siglos, ha permanecido en el olvido y que la vida -sin que se sepa cómo- vuelve de pronto a rescatar.

Sol presente. Tampoco falta aquí la metapoesía -muy tiernamente ironizada en «Idea», cuya arquitectura dialógica articula un a modo de poética («un poema concentrado y breve / es más difícil de escribir que uno largo»)- ni las borgeanas permeabilidades del yo, en las que el diálogo se establece entre dos tiempos de una misma identidad, subrayando, más que lo que ambas tienen de común, lo que en ellas hay de diferente. Este es uno de los momentos mejores del libro, y donde su equilibro interior más resplandece.

Szymborska sabe -y así lo reconoce- que el yo es un mal público para la memoria, y que las trampas que sus fantasmas y espejismos tejen no son fáciles de desmontar: nuestro único consuelo es que «pudo haber sido peor», y nuestra justificación, la goma de borrar, que es nuestro «sol presente» y del que hay que dudar, porque no tiene la exactitud de un microscopio. Como en «Foramníferas», hay cosas que son sólo porque están: esencia y existencia se confunden. Pero, para nosotros, como advertía Píndaro, el programa es muy otro y se limita a una muy concreta actividad: «Tocar objetos que se encuentran cerca, / poner la mirada a la distancia deseada, / escuchar voces al alcance del oído». Eso, y nada -o muy poco- más.

Muy bien planteados y resueltos están «Divorcio», «Terroristas» y «Ejemplo», en los que el epigrama -que es la forma que les sirve de base- alcanza su máxima eficiencia, al señalar las consecuencias de una violencia cada vez más intensa y extendida en el seno de nuestra sociedad. Algo parecido podría decirse de «Identificación»: Szymborska poetiza situaciones cada vez más frecuentes en el drama humano y las trata con tanta compasión como solidaridad. Critica que «vivimos más», pero con menos precisión que Proust y «con frases más cortas»; que «viajamos más rápido, más lejos y más a menudo / aunque, en vez de recuerdos, regresamos con fotos».

El no fin del mundo. Una técnica de composición muy distinta es la que practica en «Retrato de memoria», con una retahíla de preguntas no del todo retóricas, canalizadas en un monólogo interior muy poco al uso, que sólo en los últimos versos se nos clarifica con tanta sorpresa como absoluta perfección. Y toda su maestría e inteligencia líricas se despliegan en dos poemas largos -«Sueños» y «En la diligencia»- y en tres muy breves: «Ella Fitzgerald en el cielo» -donde se convierte en la «alegría negra» de Dios-; «Vermeer» -en el que expone su fe en el no fin del mundo- y «Metafísica», en el que la vida no se reduce ni a un «fue» ni a un «pasó», sino que se abre a perspectivas nuevas.

Libro breve y variado, Aquí objetiva todo un sistema de ideas y creencias en un momento como éste, tan falto de unas como de otras.

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