Nuevas palabras, nunca más "perdidas"
01/01/2012Publicado en Revista Otro Lunes
Hay libros que llegan a las manos de uno de forma directa y solidaria. Por el simple amor común a los versos y al goce de su posterior lectura. Y son, precisamente, esos libros, los que mejor acomodo parecen encontrar cuando el lector -el crítico- entrega su mirada y su atención al fulgor devoto de sus páginas.
Así me ha ocurrido con Las palabras perdidas de Alfredo Buxán. Una completa edición que recoge toda la producción de este coruñés nacido en Corcubión en 1950 y del que apenas se tenía noticia hasta la fecha. No cabe duda de que su condición de poeta marginal, de que sólo una parte de su obra había sido publicada en ediciones no venales, y el hecho de que su propio nombre sea un seudónimo, no han contribuido a que su quehacer haya tenido la difusión merecida.
Por ello, es de justicia dar la bienvenida al empeño de Bartleby por propiciar la entrega, y a Manuel Rico -quien me regalase esta primicia-, y que ha impulsado la iniciativa, además de ser autor del aclaratorio prefacio. En él, además de desentrañar de manera notable cada uno de los apartados poéticos que integran el conjunto, afirma sobre Buxán: “Me sorprendió su densidad emocional, su cuidadísima escritura y que contuviera un mundo hecho de memoria y vida cotidiana en el que no era difícil reconocerse”.
Con una temática de corte clásico, donde el amor, la muerte, el paso del tiempo, la soledad y el recuerdo ocupan la columna vertebral de sus textos, la poesía de Alfredo Buxán avanza desde su primer poemario – Legado de ternura (1989)-, hacia una sencillez expresiva y descriptiva en donde las imágenes se convierten en instantáneas plenas de serena realidad: “Mi vida ha trascurrido dejándose mecer/ por la dulce nostalgia de su aroma:/ la severa mirada de la abuela,/ la dudosa intemperie de los largos pasillos,/ la fruta a buen recaudo en la alacena,/ las mazorcas de leche, el lavadero,/ el pasamanos cálido, la tamizada penumbra/ de las habitaciones”.
`Cantar de ciego´, `Los dioses balbucientes´ y `Liturgia de la heredad´, todos ellos fechados en 1991, dan continuidad a un cántico que se adentra en el recuento -ora lastimado, ora dichoso-, de los sueños, las ausencias, las emociones, los pecados… que han ido orillándose en lo más profundo del ser, y que han convertido su terrenal condición en una lucha contra la improbable felicidad: “Vivir ha sido arduo. La lengua/ de la angustia/ como un áspid/ sobre la piel enferma. Sobre la piel/ que tiembla./ Contra esa turbiedad,/ contra la árida rutina de ese légamo,/ cada nueva palabra/ es un diluvio de paciencia”.
Capítulo aparte merece `El mar de tu memoria´ (1993), una extensa elegía dedicada a su padre, con una fuerza lírica conmovedora y de obligada relectura. En ella, el poeta gallego se sirve de un verbo colmado de autenticidad, que se anuda al mortal hechizo del fenecimiento y en la que demuestra, a su vez, su destreza formal : “Escribo para aprender el llanto que te debo (…) Desde entonces, casi todos los jueves,/ me pongo tu camisa de muerto,/ huelo el sudor de tu último minuto,/ oigo la conocida letanía de tu voz/ -que la impiedad del mar no ha podido arrebatarme-/ y me salpica su ronquido final”.
En `Maneras de rendirse´(1998), el amor cobra un acentuado protagonismo, y a él se entrega Buxán a través de un verso de extrema delicadeza, no exento de un cierto erotismo: “Sueño que te construyo con la lengua. Despacio./ Sumerjo las manos en el barro de tu cuerpo/ con fiebre de artesano. Te creo y te descreo”.
Si en `Tirar del hilo´ (2004) el vate coruñés parece retornar al ámbito de la remembranza desde una edad más madura (“No sirve para nada la belleza del día/ si el corazón, enfermo, no sabe aprovecharla”), en su coda, `La luz entre la tiniebla´ (2008), articula su discurso sobre dos pilares fundamentales: lo palpable y lo revelado. Una dicotomía, que le sirve incluso para anticipar su epitafio: “Si aún sigues en la brega/ cuando llegue la hora,/ podrás rendir el campo/ sin encono, tranquilo,/ feliz de haber vivido/ conforme a tu destino”.
Poemario, al cabo, que da a conocer la obra de un poeta mayor, de una altísima temperatura lírica y del que cabe esperar nuevas palabras, nunca más “perdidas”, sino límpidamente reencontradas.
JORGE DE ARCO