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La teoría del cuerpo y sus fantasmas 05/02/2011Publicado en Málaga Hoy



La autora se estrena en la poesía con ‘Hardcore’ y ‘Perra mentirosa’, dos libros que dialogan entre ellos

Ya sabíamos que Marta Sanz es una de las mejores narradoras de su generación en España. Pero en 2010, además de publicar esa magnífica novela que es Black, black, black, Sanz se ha estrenado en el género de la poesía, con la publicación simultánea de dos libros, Perra mentirosa y Hardcore en la editorial Bartleby. Editados uno en la contra del otro (lo que obliga a darle la vuelta al libro), ambos poemarios dialogan y se discuten como dos caras de una moneda: “Colecciono cromos de los que se dan la vuelta/con un golpe, amortiguado y certero de la mano”.

Perra mentirosa parte de un intertexto con Rebeca de Hitchcock, cuya protagonista es una joven inocente, ñoña y mojigata hasta la exasperación, a la que el libro llama “perra, perra mentirosa”. El poemario constituye en su totalidad una narración onírica, construida desde la parodia y un siniestro de giros grotescos. Dos personajes de gestos excesivos, la Joan Fontaine de Rebeca y la Bette Davis de ¿Qué pasó con Baby Jane?, van trazando el imaginario del ridículo femenino ahogado por la cursilería y preso de la infancia. La atmósfera pesadillesca se abre paso en un discurso desatado, de indagación irracionalista, sobre cuya forma piensa el propio poemario: “No quiero la palabra precisa./ Es pobre y pequeña./ Quiero una palabra/ llena de flecos”. Y es que Perra mentirosa es también un poemario sobre los planos de la ficción, sobre las direcciones del discurso. Soñar, pero también masturbarse, es estar un poco “fuera de mí hablando de vosotros”. Todo el libro está sembrado de reflexiones metadiscursivas sobre el sueño, la ficción y sus doblajes.

Si en la novela de Dafne de Maurier, Manderley era una mansión habitada por el fantasma de Rebeca, esa femme fatale que quita el sueño, las estancias de Perra mentirosa se llenan de monstruos, miedos, enfermedad. La carne, the flesh, gran invocada de este poemario, es una carne cancerosa, sufriente, perforada: “No me importan la esencia o el perfume./ La esencia./ Sino esta carne que me obliga/ a escribir feo, feo, feo,/ feo de lo feo”. Pero esta pesadilla revela conflictos muy reales en algunos de los mejores momentos del libro, como el final patético-paródico del poema Nosotras también: “Nosotras también tenemos derecho a vivir./ Aunque todos los días/ miremos al frente/ y nos lancemos,/ rudas e indomables,/ si consideración r la que limpia,/ escaleras abajo,/ hacia el vacío”. O el poema Una mujer canta, donde una angoleña pide dinero en un vagón de metro, y cuyo ácido e implacable final dice: “¿Y será cosa de la perra/ que tenga yo el corazón tan apretado?// Pago una moneda/ para curarme la angustia./ La angustia siempre nos cuesta/ un montón de calderilla”.

La otra cara de la moneda es Hardcore, poemario que realiza un acercamiento al eros femenino desde la más brutal de las franquezas. Ajenas a la cursilería, la ingenuidad, la sutileza, dos nínfulas violan a un centauro con su puño. La imagen resume algunas búsquedas de este libro cuyos poemas están atravesados por la violencia, la escatología, el sexo crudo. “Es muy probable –dice un punky–/ que tengamos que abrazarnos/ para sobrevivir a la galerna”.

El sexo como supervivencia, y por ello la necesidad de ser frontal, dura, honesta: no hay tiempo para tonterías. De ahí también la claridad expresiva y la firmeza sintáctica de los versos, que Sanz hace avanzar con el pulso de esa gran narradora que es. Ideas desarrolladas con seguridad, voces de un coloquialismo seco que rehúye los adjetivos, argumentos con un lema: las cosas claras. Pero también imágenes, que oscilan entre una delicadeza obscena y una rotundidad salvaje: “A veces/aquél/ que no me roza (...)/ es quien me deja/ un peso legendario/ en el centro/ de mi/ gravedad.// Joroba de camello/ y/ palo roto/ contra el espinazo”.

ERIKA MARTÍNEZ

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