El dolor desvestido
22/12/2010Publicado en Koult
A lo largo de la historia de la literatura encontramos numerosos ejemplos en los que el dolor, al convertirse en impulsor del acto creativo, se convierte en belleza. Si aterrizo en los itinerarios de la poesía y hablo del hijo muerto como motivación en el autor, puedo pasar por ejemplos tan diversos como El dolor de Ungaretti, No amanece el cantor de Valente, Joana de Margarit o el libro que ahora me ocupa, Elegía de Mary Jo Bang. Desde planteamientos estéticos y contextuales diferentes, llegan a generar empatía en el lector a partir de una sensación de autenticidad y sorpresa.
La poeta Mary Jo Bang (Waynesville, Missouri, 1946) llega por primera vez al español de la inteligente mano traductora de Jaime Priede en la editorial Bartleby. Elegía es un libro extenso (64 poemas en una única parte) e intenso, como se deriva de la temática apuntada y como se desprende de lo concentrado del tiempo de escritura, pues estos poemas se escribieron en el breve período de un año, el año posterior a la muerte de su hijo.
Usa la poeta, para elaborar su propuesta, un lenguaje directo, con poca adjetivación, que transita por objetos y espacios cotidianos: Lo que resulta tan aterrador/ dijo ella mientras el taxi circulaba ante el edificio/ por el que había pasado en su infancia, es pathos./ Su pequeño y miserable látigo de lástima. Fuerza colmada/ de persistencia que reclama predominio./ El plato cambia. Las verduras se desplazan a la orilla/ y le abren paso al vacío. Provocando en el lector, por un lado, cercanía y, por otro, descarnadura. Sensación que se enfatiza con la reducción de los sujetos poéticos a pronombres: él (hijo), ella (madre). En cierta medida, me recuerda ese paisaje desangelado que pintara Onetti en Tan triste como ella.
El poemario supone un diálogo constante con la muerte del hijo, lo que es, de alguna manera, una reordenación de los espacios habitables. El cuerpo como ceniza es insuficiente, dirá ella con terrible sencillez, desnudando al dolor. Sabe que ese diálogo es constatación del deterioro, el lenguaje a la deriva/ de la vida cotidiana. Por ello examina las fuentes de la culpa y pregunta por las aguas del Leteo. Y lo hace con maestría, busca mecanismos de distancia (como la escritura en tercera persona) que le puedan dar más profundidad de miras, y con una calma tensa nos acerca a sus nuevos espacios: tranquila como la chica de los cuchillos que gira en el circo.
Así, como dice Jaime Priede en el prólogo, los poemas de este libro son abismos, que se plasman sobre el papel para la ampliación del pensamiento, para la lucha contra sus límites. Y estos poemas, que raspan la garganta del lector, delatan, sin embargo, el buen oficio de una gran poeta, curiosamente bastante desconocida hasta sus 50 años, cuando publica su primer libro, Apology for want. Sería deseable que siguiesen apareciendo traducciones de sus libros para seguir profundizando en ese diálogo interior, donde belleza y dolor perfilan los contornos de una misma moneda. Un ejemplo más lo encontramos en el último poema del libro, donde nos deja imágenes como ésta: Tú cuyo nombre es tú/ eres la fantasía que permanece/ cuando me despierto de un sueño en que caminaba/ sin zapatos por la nieve.
José Ángel García Caballero