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Amor malo y feroz, de Larry Brown, es una novela sólo apta para lectores capaces de asumir la verdad: la propia y la ajena 09/12/2010Publicado en La Nueva España



En el amor, como en la vida, hay algo de milagro y algo demoniaco. Un estrecho vínculo une ambas caras de forma irremediable: una extraña y dramática conjunción difícil de describir. Las canciones o melodías de Tom Waits, desencajadas, de belleza poco convencional, incluidas algunas de ellas en la película basada en los relatos de Larry Brown y dirigida por Arliss Howard, se acercan a este concepto del mundo, demoledor, puro. Podemos sentir aún en estas páginas el enjambre de sensaciones provocadas por la Generación Beat, la contracultura, aquellos años que América supo convertir en letras de oro.

Larry Brown escribe sin pudor, de un modo temerario en ocasiones, pues el lector nota cómo el ritmo vertiginoso de su escritura brota de sus manos con una velocidad desmesurada, tal, que va más allá de toda norma lingüística o gramatical. Se nos escapa de las manos. Su ritmo es el de una composición de jazz, siempre libre, siempre sorprendente, donde cada nota, cada ejercicio de estilo convierten lo inusual en algo cotidiano: alcanza el clímax perfecto en cada uno de sus relatos y no sólo eso, se mantiene en la cumbre y junto a él el lector completamente rendido a su talento. Brown escribe a golpe de ritmo.

Podría hablarse de ficción, pero quizá la verdad sucia, desesperada, última e hiriente nos conduce más bien a una realidad que nos enfrenta a nosotros mismos. Tal vez los personajes e historias que Larry Brown describe sean sólo algo parecido a los espejos con los que Valle Inclán nos ofrecía la posibilidad de reflejarnos desde dentro hacia fuera, y no al contrario. Pocos se atreverían a admitir las palabras de estos personajes como propias. Nos encontramos por tanto ante un escritor de raza. La rapidez de sus manos a la hora de narrar nos descubre ese talento innato que pocos poseen. Cualquier lector atento puede sentir con claridad la necesidad, urgencia, inmediata, terrible en ocasiones, de dar vida a todas esas voces que se empujan hacia el folio. He aquí uno de los ejemplos más limpios y evidentes del oficio de escribir.

Los personajes de estos relatos, lejos de lo que algunos puedan calificar como marginal o más alejados de la realidad, son un compendio de situaciones, estados, vivencias que sitúan al hombre en un lugar de incredulidad y escepticismo tan agudo que su visión se vuelve excepcionalmente cruda, sin ornamento. Como si un superviviente decidiera hablar sin censura, sin miedo, desde la experiencia de quien ha tocado fondo. Brown no establece filtro alguno de protección para el lector o el mundo, el relato ha de mostrar una pureza absoluta, radical, única. Rasga todo modelo preconcebido, no miente: «Habíamos llegado al extremo de querer matarnos el uno al otro, un tema del que ya he hablado en otra ocasión». Por tanto, elige la sinceridad, una manera humilde de enfrentarse a la realidad: «Llegada cierta edad ya se han acumulado demasiados goles en tu contra». Sabiduría al fin y al cabo de quien ha sobrevivido: «Los planes minúsculos e insignificantes de los ratones y los hombres». Contundencia y fluidez en sus palabras, que parecen rendirse, dejarse moldear, pertenecerle, y él a ellas, como bien se explica en uno de sus relatos, "La aprendiza": «No tengo ni idea de dónde salió la idea de escribir ni cuál fue el motivo de que empezara a hacerlo, pero ahora es una parte más de ella, como los brazos o las piernas». Brown nos sorprende con una sensualidad muy visual, cercana, casi táctil: «Vestía unos vaqueros tan ajustados que no le resultó nada fácil sacar el dinero, parecía que la hubieran derretido y vertido dentro de ellos»

Sus dos relatos finales en los que alude directamente al oficio de escritor destacan por su originalidad (cárcel donde se recluye a los escritores para ser rehabilitados por conductas inapropiadas como el plagio) o la honestidad con la que nos descubre unos personajes inolvidables («Echaba de menos a mis hijos. Eran como enormes agujeros excavados en mi vida») y una visión real de las vicisitudes de escribir, desde todas las perspectivas y ámbitos a los que afecta dicho proceso creativo (hogar, amor, dinero?).

Amor malo y feroz es un libro tan sólo apto para lectores capaces de asumir la verdad, tanto propia como ajena. No hay concesión alguna, el pecado forma parte de la historia, también la nuestra: «La vida era dura y me preguntaba si sería capaz de seguir viviéndola». No hay redención posible.

ANA VEGA

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