Entrevista a Antonio Crespo Massieu
09/02/2010Publicado en Revista Al otro lado del espejo
Son casi las cuatro y media de la tarde y el sol se oculta tras las pocas hojas que el invierno ha dejado en los plátanos de sombra de La Castellana. Acabamos de comer en un bar cercano. Menú del día. La tertulia que ha acompañado nuestros bocados ha sido agradable: literatura y vida.
Buscamos un sitio a refugio de ruidos para hacer esta entrevista. Como en todas las que elaboro para la Revista Al Otro Lado del Espejo, nos centraremos en un libro de relatos del autor. En el caso de Antonio Crespo Massieu, hablaremos de su primer y único libro de cuentos, El peluquero de Dios. A pesar de ser la primera incursión en la narrativa de Antonio Crespo Massieu, como veremos ha sido meditada durante mucho tiempo. Los relatos que contiene El peluquero de Dios desprenden un poso de buen hacer que ha hecho que para muchos sea ya un libro de culto.
ESTEBAN GUTIÉRREZ GÓMEZ. El recuerdo está presente en todos los relatos de este libro. En todos ellos los personajes evocan su pasado, ¿es el recuerdo el alimento de tu escritura?
ANTONIO CRESPO MASSIEU. Yo creo que sí, que es inevitable. Los recuerdos son la materia fundamental para la escritura pero bien es cierto que se hace más visible en estos relatos. En ellos está muy presente la huella del paso del tiempo y la memoria, la recuperación de esos instantes del pasado que siguen viviendo en nosotros y que afloran en el presente de los personajes.
E.G.G. Esos recuerdos, que evocan los personajes de cada uno de los relatos, en la mayoría de los casos proceden de un pasado marcado por un hecho bélico o por una situación de tiranía inhumana, eso hila los relatos. Háblanos de ello.
A.C.M. Es cierto que la guerra esta presente. Es lógico. Yo me siento un ciudadano del siglo veinte, aunque estemos en el siglo veintiuno, y por tanto, de una época muy marcada por conflictos como nuestra guerra civil o la segunda guerra mundial, y guerras posteriores que hemos vivido o todavía estamos viviendo. De alguna manera la propia memoria personal se articula con una memoria colectiva que tiene presente estos acontecimientos. Yo pertenezco a una generación que se ha alimentado del recuerdo de la guerra civil: mis padres la vivieron, mi padre participó en ella y yo me veo a mi mismo, cuando era pequeño, escuchando sus recuerdos. Mi generación tuvo que elegir políticamente en qué bando se situaba tras esa guerra civil perdida, y algunos elegimos el bando de los derrotados. Pero que muchos cuentos se sitúen en esa tesitura ayuda a afrontar el problema de las “decisiones morales”. En un momento dado de su vida, los personajes tienen que optar, que elegir. La situaciones extremas condicionan o marcan esa elección moral.
E.G.G. El primer párrafo del último cuento del libro, El regreso, dice así: “A veces hay que regresar. Irse, tomar distancia, luego volver. Mirar entonces con otra mirada. Descubrir este paisaje, el de la infancia, el de tantos años, y verlo como recién aparecido. Tan diferente, tan extraño, tan reconocible y ya tan ajeno”. Para mí en este párrafo está la clave, no sólo del libro, sino de cómo está escrito este libro de cuentos, y hablo del tono narrativo conseguido, de la distancia con la que se narran los cuentos, de la melancolía que emanan al asumir un pasado dificultoso. ¿Cómo llegas a encontrar ese punto ideal para narrar estas historias?
A.C.M. No sé si lo encontré yo o me encontró él o es una mezcla de las dos cosas, porque ese tono es el que surge de mi propia escritura, es mi habitual tono narrativo. Lo que sí es cierto es que los cuentos fueron escritos con mucha diferencia de tiempo, años incluso, y todos mantienen el tono narrativo del que hablas. El tono se me impone y luego está la mirada, el mirar hacia atrás desde el presente, que hace que se traspasen fronteras de un modo tenue, sutil, y eso es algo característico de mi escritura.
E.G.G. Pero es que además todos los relatos necesitan esa distancia, ese poso de tiempo, para trasmitir esa melancolía que desprenden. Yo creo que estas historias, para ser eficaces, sólo se podían haber escrito con ese tono narrativo.
A.C.M. Pero eso es precisamente la condición que se exige a la buena literatura, a la gran literatura. Cuando un texto logra trasmitir esas sensaciones al lector tendemos a pensar que sólo podría haberse escrito así para lograr ese efecto. Eso si estuviésemos en ese caso.
E.G.G. Elige uno de los relatos del libro y háblanos sobre él, ¿cómo surge, cómo lo visualizas?
A.C.M. La última clase es significativo por varias razones. Por un lado es un cuento que empieza y termina en tercera persona y todo el relato se desarrolla en primera. Me surgió así, yo lo veía así. También está presente el recuerdo y también lo que he denominado antes como las “decisiones morales”, la responsabilidad ante la historia de cada uno de nosotros y como cada día adoptamos decisiones que nos definen. En este caso se refleja la miseria moral de los años del franquismo, en la que decisiones aparentemente poco graves marcan a la persona para siempre, y este cuento es un ejemplo perfecto de ello. El personaje esta lleno de una conciencia de culpa que sólo tienen las victimas nunca los verdugos, como se ve también en el cuento El peluquero de Dios. Sobre el proceso de creación de los cuentos, y en referencia a El peluquero de Dios, te diré que hace mucho tiempo se emitió en la 2 de televisión española la película Shoah de Claude Lanzmann, son nueve horas de testimonio impresionante de los campos de concentración. Me sobrecogió una escena de un personaje, Abraham Bomba que era peluquero en Tel Aviv y daba testimonio de que había estado en Treblinka cortando el pelo a los judíos justo antes de que entraran en la cámara de gas. Del impacto de esas imágenes escribí una página. Mucho tiempo después escribí este cuento basado en las pocas notas que tomé, sin volver a ver la película ni leer el guión, y me inventé el personaje, entre otras cosas porque él no quería contar su testimonio y eso también me impresionó. El párrafo final, que pretende hacer real lo contado es también ficción porque el personaje, como ya he desvelado, no se llama así. El cuento tiene una base histórica real pero sobre ella he creado una ficción. Así que el cuento surgió mucho antes de que lo escribiese porque ese poso estaba en mí desde que vi la película.
E.G.G. ¿Cómo afronta un poeta llegar a la prosa, al cuento?
A.C.M. No es un proceso consciente. Yo llevo muchos años escribiendo prosa y poesía sin publicar. Es verdad que yo me siento poeta, pero la prosa ha estado presente siempre en mi escritura, lo que ocurre es que hasta ahora no había publicado nada. Algunos de los cuentos llevan mucho tiempo escritos y escribí una novela que tampoco se llegó a publicar.
E.G.G. ¿Qué busca Antonio Crespo Massieu en un cuento?¿Qué quiere trasmitir a los lectores?
A.C.M. Es complicado. Seguramente me gustaría trasmitir una emoción, un mundo propio de ficción que el lector pueda hacer vivir dentro de él. Tanto en mi prosa como en mi poesía siempre está presente el mirar el mundo con la mirada de las víctimas, de los que no pueden normalmente expresarse o no tienen voz. El cuento me permite contar estas historias.
E.G.G. A la hora de escribir relato, ¿cuales han sido las lecturas que te han influido?
A.C.M. Cuando se es ya mayor es una pregunta complicada. Mis amores adolescentes, a los que sigo fiel, fueron los narradores del boom latinoamericano, grandes escritores como Alejo Carpentier, Julio Cortázar, –al que sigo leyendo y seguiré leyendo toda mi vida porque cada vez que lo hago me sigo maravillando con su escritura–, Mario Vargas Llosa, del que acabo de releer Conversación en La Catedral, y me admiro de su audacia estilística y expresiva en aquellos momentos frente a la escritura tan pacata y prudente de la narrativa española actual. También Albert Camus y, por supuesto, Joyce, que descubrí tarde y me maravilló también.
E.G.G. ¿Esperaremos quince o veinte años para disfrutar de tus nuevos relatos?
A.C.M. Dentro de no mucho tiempo debe de publicarse un libro de poesía y empiezo a trabajar algo de prosa, pero todavía es una idea. En cualquier caso, esperemos que no pasen esos quince años.
ESTEBAN GUTIÉRREZ GÓMEZ