El talento y la contención hacen de la pérdida una elegía auténtica, sin falsos lloros
09/10/2010Publicado en Cuadernos del Sur (Diario Córdoba)
Algunos libros se dejan caer como una sacudida continua, eléctrica, dejándonos apenas margen para el respiro. Elegía puede ser uno de éstos. Mary Jo Bang no había sido publicada en español, éste primer libro nos deja una serie de certezas muy precisas sobre la escritura de una autora que puede resultar todo un descubrimiento. Una de estas certezas es el funcionamiento de cada poema: cada uno es como un pequeño mundo, con su autonomía pero todos dependientes de un hilo invisible, común, y cada poema halla su propio equilibrio en un juego rítmico y un lenguaje heterogéneo poco usuales. El primer poema, Sonata a cuatro manos, abre, definitivamente, una grieta y avanzar en la lectura será irreversible, una ruptura. Pérdida, pérdida dolorosa, hasta tal punto que puede llegar a generar vida desde el presente y su contemplación. Hay saltos hacia atrás, pero no se trata de romper un orden irreversible ya, sino que la nueva situación –adaptarse a vivir con la ausencia del ser querido, que se ve y recuerda en cada pequeño detalle- se acomoda al momento que toca. La sintaxis no está sujeta a una previsibilidad, sino que se mueve bajo otro ritmo o impulso, y los haces o destellos de la memoria van clavando cada detalle en la voz, detalles significativos que configuran parte de la esencia de cada poema.
No hay un lloro lastimero, penoso, hay, en cambio, conciencia clara de lo que supone la pérdida, como ésta se instala en lo más cotidiano, en lo que se desea compartir y no se puede, pero se sigue avanzando, no se produce un estancamiento en un tiempo y un instante, con ese viejo deseo de retornar a éstos como si fueran lo ideal. Todo, sin embargo, está incompleto. A lo largo y ancho del poemario surge esa certeza, y esa sensación acaba por mostrar en la persona que cuenta su falta, ese estar incompleta: “Tu no dejaste nada / que decir y sin embargo aquí está / este laberinto incompleto…”.
La distancia parece insalvable, aunque se producen continuos acercamientos, siempre el último recordatorio es demoledor, definitivo: “ Tú eres fuego y aire y yo soy hojalata. Nunca nos volveremos a encontrar”. No se pierde apenas la referencia del momento, la separación se hace visible entre antes y el después, dejar constancia de que aunque haya un primer arrastre por la memoria, la emoción, también hay un recomponerse rápido, tener conciencia del instante, de la situación, por muy dolorosa que resulte: “… El ojo te percibe como un ahora / que ha terminado. Un ahora fijado ahora / en el barrio del pasado”. Y lo inexorable del presente venciendo a las hipótesis que no tienen sentido trazar pero que aún así, afloran: “Te perdí. Te amo. / Qué cambiados estamos. / El hubiera ya no existe”. Muy pocos libros he podido leer en que el talento y la contención hagan de la pérdida una elegía auténtica, sin falsos lloros, pero con el dolor tan en primer plano que llega a traspasarnos, sin que tengamos que renunciar al placer de esta lectura.
SARA ULATE