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Horizontes de musgo 01/05/2010Publicado en Cultural, ABC



Como muchos dramaturgos, el Premio Nobel de 1986 Wole Soyinka (Abeokuta, Nigeria, 1934) tiene un sentido singular del tiempo, un concepto musical del habla y una idea simétrica de la composición. Quienes se sientan atraídos por los aspectos políticos de su biografía –a la que pueden acercarse a través de El hombre ha muerto, publicado por Alfaguara en 1987 y que relata su experiencia carcelaria –podrán comparar los dos tipos de discurso –en prosa y en verso- que Soyinka utiliza para expresar un mismo hecho, y advertirán hasta qué punto cada uno de ellos constituye una compacta y sólida realidad.

Tres cosas destacan de su poesía: el uso de arquetipos tomados de la mitología clásica y fundidos a veces con la mitología yoruba local; el dominio del pentámetro yámbico que, desde que el conde de Surrey tradujo en él la Eneida de Virgilio, ha sido la base del sistema métrico del verso inglés; y una articulación fónico-sintáctica que, gracias a su interpunción subjetiva, aproxima su discurso poético, o, al menos, no lo separa, de los mecanismos de la oralidad. Lo que hace que su escritura sea tan natural como artificiosa, y que lo que admiremos en ella sea precisamente eso: su artificiosa naturalidad.

TÉCNICA TEATRAL. Contribuye a ello su utilización del eje rítmico y versicular de la plegaria, mezclado con fórmulas que recuerdan tanto a las del manierismo de los metafísicos elisabetianos («savia clara, carne oscura, espectral cabello») como a las de la escritura automática de los surrealistas. Mayor originalidad demuestra en «Conversación nocturna con una cuchara» por sus distintos movimientos, niveles de lenguaje y cambios de estilo engarzados en un todo unitario que, en su desarrollo, tematiza la «muerte sin matices» y hace una denuncia de cómo «en la tierra el miedo nos enseña a callar».

La variedad de procedimientos –que es otro de los rasgos distintivos de esta obra- lleva a su autor a combinar metros y formas tan distintos como diferentes: en «El roce de una telaraña en la oscuridad» -en cuya versión Luis Ingelmo ha sabido mantener la rima- la simetría de la disposición versal y estrófica articula el carácter plástico del texto, mientras en «Con el cambio de la estaciones» la descripción de la naturaleza es vista en su absoluta inutilidad. Pero el sentir «las cenizas de la realidad» no le impide cantar a ésta sino que le anima a levantarse contra el mal. Eso es lo que esta poesía tienen de sentimiento humano positivo: su tenaz resistencia y su obstinada fe. Su conocimiento de la técnica teatral se hace muy visible en los cuatro poemas que forman la segunda parte del libro, «Cuatro arquetipos», constituidos por las figuras parlantes de José, Hamlet, Gulliver y Ulises.

Estas dos últimas son las más poéticamente productivas en la medida en que la de Gulliver genera una sátira política, y la de Ulises se convierte en lo que Niyi Osundare definió como «Odisea psicológica». El tercer bloque -«Los tañidos del silencio»- se inicia con un interesante poema en prosa, hecho a partir de una acotación que se transforma «en la trama del moho tiznado de los muros, de hongos de terciopelo verde tejidos por los astutos dedos de la lluvia», y que tiene un completo desarrollo en los cinco movimientos de «Soportes», en los que se analiza la situación -«el sepulcro de la nostalgia»- y «los vapores de la purpúrea pasta del crepúsculo». El quinto movimiento -«El centro de la bóveda»- es, sin duda, el mejor y también el más complejo: Soyinka alcanza en él la perfección poética sin perder la dimensión real.

RIQUEZA METAFÓRICA. La misma voluntad de variación formal hay en «Cortejo», donde el tema –las ejecuciones- se convierte en símbolo: «Por la pisada de las sombras que sus alas proyectan / sobre la tierra puede un pájaro caer como la lluvia». Y «Retroceso» despliega un sistema lingüístico de enorme riqueza metafórica que, de otro modo, mantienen también «La caza de la roca» con su «sobrecogedora rapsodia de la luz». Otra es la clave de «Espacio», con su regularidad métrica más que estrófica y el claroscuro sígnico que le da su tonalidad.

Poemas de prisión son sus Prisionettes, divididas en maldiciones y conjuros, que siguen un patrón mnemotécnico y que, más los primeros que los segundos, pocas veces superan su coyuntura y circunstancialidad. Soyinka es un poeta de muy amplia lira y, por ello, también muy desigual.

JAIME SILES

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