MÉTODOS DEL SILENCIO
09/02/2010Publicado en Revista Este de Madrid
Nacido en Madrid en 1951, Antonio Crespo Massieu emprende senda literaria con Acaso revelación, al que siguen poemarios En este lugar, Orillas del tiempo y Elegía en Portbou. Ha firmado asimismo trabajos de crítico y creación en revistas y publicaciones universitarias. Ahora estrena género y se inicia en el relato de siete narraciones complicadas en El peluquero de Dios.
Los muestrarios de ficciones son una invitación a lo diverso; sin embargo todos conexionan materiales narrativos con un sustrato común, con un tono argumental compartido. En El peluquero de Dios vislumbramos propuestas que sondean el territorio relacional que comparte el sujeto con el otro, con el contexto inmediato o con el devenir que entremezcla lo personal y lo colectivo. A cada identidad, lo vivido le exige una respuesta y, por desgracia, en demasiadas ocasiones la única respuesta verosímil es el silencio.
El aprendizaje vital del yo comienza en lo afectivo, cuando se instala en una creencia auroral no manchada todavía, donde cualquier sueño alumbra una posibilidad de cumplimiento. Este principio genera esperanza y optimismo, pero en su transcurrir la existencia explora zonas de sombra que nos instalan en el desconcierto, en otras creencias no previstas. Lo ideal se contamina cuando entra en contacto con la experiencia sensible.
En el conjunto sobresale el relato que da título al libro. En él se elige como tiempo histórico el paréntesis nazi y como escenario concreto un campo de concentración. Esas coordenadas de espacio y tiempo actúan como condicionantes monolíticos: nunca la Historia ha mostrado sin atisbos pudorosos el rostro más amargo de la decrepitud moral y nunca han sido más valiosos los más mínimos signos de ternura. La historia personal de Samuel, ese niño viejo que guarda en la memoria las instantáneas de la felicidad en las condiciones más adversas es la historia de la impotencia de quien sabe que tras el largo sueño no hay despertar. Esta inmersión en la memoria se da también en el cuento “Fotografía”; otra vez un niño contagiado por una extraña nostalgia preside el reencuentro con una antigua casa y con la foto del joven alférez muerto en el frente de Teruel. Otro episodio del pasado, los desaparecidos de la dictadura argentina, se evoca en el cuento “Madrid en otoño”. También “El regreso”, el cuento que clausura el conjunto, hace suya la voz de la memoria, la trágica salida de la resistencia en la Francia, cuando la niñez no supo captar la proximidad de un grupo activo y el valor particular de sus componentes.
Otros textos tienen un formato neorrealista; restauran borrosas imágenes de época y alternan el estilo indirecto con la narración en primera persona para sacar a la luz pensamientos ensimismados. En ese registro están, por ejemplo, “Olor a verbena” y “La última clase”. El más autónomo en su planteamiento, cuyo pretexto narrativo hace guiños a un relato de Cortázar, es “Pequeño paisaje con mirada”.
Antonio Crespo Massieu tiene predilección por los personajes que legitiman la necesidad del afecto, por los náufragos de una contingencia histórica que deja inerme frente a los escollos, por sujetos que no hablan de libertad en abstracto y reivindican una revolución pendiente; y ése es el motor de la voluntad, la energía que empuja a seguir adelante.
JOSÉ LUIS MORANTE