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Faulkner y la naturaleza del verso 24/12/2008Publicado en La Razón



Sólo un poeta podría estar detrás de la prosa inclasificable de «El ruido y la furia» o «Intruso en el polvo». El espíritu creativo de William Faulkner (New Albany, 1897-Oxford, Mississippi, 1962), que trasladó su mistificación del Sur a sus novelas tan valientes estéticamente hablando, primero tuvo un impulso lírico que le llevó a escribir poemas en los tiempos de la Gran Guerra en paralelo a sus primeros cuentos, y en 1919, al año siguiente de su corta experiencia con el ejército americano, ya publicaba sus poemas en revistas.
Los prologuistas del volumen, Eduardo Moga y Daniel C. Richardson, apuntan el bajo concepto que el propio Faulkner tenía de su poesía, y en qué situación vital se encontró a la hora de abordar Sus cuatro poemarios: «El fauno de mármol» (1924), «Una rama verde» (1933), «Poemas de Misisipi» y «Helen: un cortejo», estos dos últimos póstumos.
Influencia romántica
Tal sensación de fracaso –de autoexigencia–, como no podía ser de otra manera en un escritor de su talla, radicaba en no sentirse capaz de materializar verbalmente sus ambiciosas aspiraciones artísticas, en su afán por combinar formas clásicas y técnicas experimentales, según los traductores. Éstos destacan la influencia romántica y, sobre todo, del simbolismo francés, que alimentarán algunas de sus más grandes creaciones: «Sartoris», «Luz de agosto», «Mientras agonizo», «Santuario», «¡Absalón, Absalón!»... Faulkner hizo su debut como narrador en 1926, con la novela «La paga de los soldados», en un tiempo en que resultan evidentes la relación entre su prosa y su poesía. Moga y Richardson atienden este asunto, más el gran tema faulkneriano, la memoria y su unión con el presente, «el nexo de lo personal y lo mítico, del pasado histórico y lo poético eterno». Todo lo cual está tratado con tintes pesimistas, oscuros, que glosan la fugacidad temporal y lo perdido, con lo que el lector deberá enfrentarse a textos de difícil interpretación.
Así lo constatan los traductores, que contemplan los cuatro libros de poemas de Faulkner como una sola obra que nos habla «de amor, de recuerdo y olvido, y de la inutilidad de todo, pero no mediante la alusión directa, sino oblicuamente con un amplio arsenal analógico, en el que sobresalen la metáfora y la metonimia». Desde el primer poema, que acaba diciendo: «El mundo entero respira y me llama», hasta el último de la «Poesía reunida», en donde se habla de una hoja «que, sin reposo en la tierra salvaje y amarga,/gana con cada amanecer una muerte, y con cada ocaso, un nacimiento», los versos de Faulkner son una comunicación directa con la naturaleza, que surge personificada, llena de fuerza simbólica, en contraste con el destino del ser humano. Este complejo lirismo en verso acabará transformándose en lirismo en prosa, a través de la invención del condado sureño de Yoknapatawpha, un espacio legendario donde Faulkner concreta su visión desoladora de la condición humana, siempre trágica. Como le dijo por carta a un amigo, «en todas partes el hombre hiede el mismo hedor, no importa en qué tiempo».

TONI MONTESINOS

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