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Sobre "El Canto", de C. K. Williams 12/11/2008Publicado en Papel Literario Digital



Williams es de familia ruso-polaca judía, ha escrito varios libros de poemas y tiene casi más premios que publicaciones, da clases de escritura creativa en la Universidad de Princeton y vive mitad en Nueva York y mitad en París. A pesar de su evidente éxito, su poesía no es fácil ni siquiera amenamente seductora. Sin embargo, parece que él si lo es, alto, elegante, deportista, con educación exquisita y modales cuidados.

La suya es una poesía inconformista y hasta angustiada que mira cara a cara a la conciencia quizá buscando reparación, tal como se titula su libro anteriormente traducido al español y premiado con el Pullitzer, entendimiento ante tantos desastres, algo que ayude a comprender la realidad y a asumirla. Sus versos desmesurados, escritos de margen a margen, se muestran muy cercanos a lo experiencial concreto, a ciertas anécdotas probablemente triviales, pero que por asociación permiten asentar el armazón de la reflexión filosófica, de la crítica, de los actos de purgación.

La obra que nos ocupa se compone de cuatro partes que parecen obras diferentes, tanto en su forma como en su significado. La primera con poemas oscuros de versos cortos o extensos, difíciles de interpretar en su complejidad, de seguir la voz analítica que transcribe lo que persigue y lo encauza a través de causas y fines, entre imágenes potentes e irradiantes de cromatismo que mezclan la belleza de un peral en flor con las embriagadas cacofonías, los océanos de obscenidades y el aliento cariado, pues la palabra emerge de “El peso de este yo que llevo a cuestas”. Surge así la revelación de que posee una “abundancia malgastada” o unas racionalizaciones que aniquilan tanto como la muerte de los seres queridos.

En muchos textos subyace una apuesta narrativa que agrupa y recoloca objetos, seres y sucesos, a veces, sólo datos, restos de noticias, a manera de retazos de ideas, de autoconfesiones o autoconsolaciones, que sobre todo en la cuarta parte surgen a partir del 11 S, en escrutinio de lo que puede hacer el ser humano dentro de la elástica moral que roe el mundo. Es entonces cuando aparece la ironía que se adhiere a la ansiedad, al registro cuasi fotográfico, al vértigo de los cambios, la difícil aceptación o coordinación entre el yo y lo otro, cercana al escepticismo, arrojada al feroz devenir que requiere para acercarse a su esencia versos meditativos, ensayísticos.

De la gama en la carretera, la ciega que ayuda el poeta cuando quizá es ella la que le guía, el encuentro con el negro que canta en negro, la adolescente que aparece en una ventana…, surgen los motivos del primer apartado, en el segundo, la percepción se concentra en la niñez, en el pasado y su desafío primigenio. La tercera propuesta se ocupa elegíacamente de su amigo, el pintor Bruce McGrew, y se arropa en la memoria como núcleo del ser humano. Desde los cuatro apartados se conforma la asunción del tiempo y la negativa a que concluya. Caminamos por las lindes del abismo, pero defendiendo la vida y lo que en ella amamos, frecuentemente, sin más alicientes que el dolor o el escepticismo.

Obviamente con perspectiva intercultural, defendiendo o aceptando su condición de ser diferente, el poeta se enfrenta a una realidad social, política, ideológica, ética, aplastantemente mezquina, expoliadora, aquejada de soberbia y enfrentamientos:

“Nosotros fuimos inteligentes, ambiciosos, apropiadamente codiciosos; ellos

indignos de confianza, ignorantes, incompetentes…” (pág. 47)

Porque el escritor se reconoce astuto, nunca fue ingenuo, siempre comprendió que lo que le pasaba a otros podía sucederle a él: caer enfermo o morir, tener miedo, encorvarse, retorcerse, sentirse malvado, carecer de arrepentimientos, incluso, tener que convivir con su lucidez, ahogarse en la tristeza del alma, en la inaceptable pérdida del amigo recordado entre música de oboe:

“Nunca tanta ausencia,

aunque no exactamente ausencia,

nunca esta sensación

de presencia profanada,

tanta desolación,

tanta desesperación” (pág. 69)

La guerra se hace presente en el libro mediante un poema del mismo título o en “Miedo”, “Caos”, “El Futuro”, “En el bosque”, etc., la frialdad de la misma en la época contemporánea, su impersonalidad, su invisibilidad a la hora de matar, las fotografías que clavan los sobrevivientes para encontrar a los desaparecidos, las argucias para convertirla en hacedora de nuestra paz, de nuestra seguridad. Éste último capítulo, resulta quizá el más directo y cercano, el menos subjetivo, aunque continúa martillando la obsesión del ser y no ser, la desazón interior, con permisividades coloquiales, pero, también, con una apertura a la esperanza, a la reconciliación con la realidad.
Mª VICTORIA REYZÁBAL

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