La poeta catalana revive una historia de amor en la España de los años 40
30/12/2011Publicado en Tercera Información
José Agustín Goytisolo escribió algunos de los poemas más hermosos de amor, y de homenaje, a una persona, en este caso su madre, dentro de un contexto descorazonador y brutal, ella falleció durante un bombardeo del bando “nacional”. Es decir, consiguió dotar de belleza, y hacerla predominar, sobre un ambiente doloroso.
Esta explicación es extensible a la obra de Angelina Gatell "Cenizas en los labios” (Bartleby Editores), un título con reminiscencias a Antonio Machado y que se centra en el recuerdo del amor vivido por una mujer en la desesperanzadora y cruel España de los años 40.
No hay que confundir la idea que desarrollará la autora barcelonesa con la intención de dulcificar el pasado o dejar a un lado la realidad social de aquel momento, cosa todavía más impensable en una escritora como ella, de la que no se puede obviar su compromiso político en diferentes campos. Lo que en verdad se esconde entre las páginas de este libro son unos versos que recuperan ciertas vivencias relacionadas con el amor y surgidas en el contexto de una sociedad gris.
No hay que esperar por lo tanto historias almibaradas ni dulcificadas, al contrario, ese pasado, o memoria si se prefiere decir, no es ni mucho menos esperanzador, es real, lo que en este caso lleva irremediablemente a su crudeza intrínseca y por otro lado a que la “aventura” amorosa esté predestinada al fracaso.
Para esta “empresa” Gatell usará una poesía bella, casi onírica por momentos en su afán por recrear un mundo lejano y perdido, (“donde tu nombre tintinea como una / campanilla de plata / agitada por alguien desde un sueño”) pero siempre contrarrestada con un tono de tozuda realidad (“atravesados por el miedo, / indefensos, perdidos / en la ciudad que se llamó posguerra”).
Esta dicotomía está presente a la hora de mostrar los homenajes a otros autores que encontramos en el libro, no obstante ese descubrimiento del amor está muy relacionado con el literario, y precisamente por representantes que conjugaron en su obra la denuncia social con lo sentimental e íntimo, como son Federico García Lorca y sobre todo Miguel Hernández (“Allí estaba el olor de los limones, / los balidos del alba y unos ojos / que miraron la guerra frente a frente”).
No obstante no es descabellado decir que estamos ante un ejercicio de memoria histórica en toda su extensión (“No argumentéis que el tiempo / se ha ido llevando lejos aquel frío / porque está aquí, en mis venas...”), aunque en esta ocasión se haga una vindicación de lo afectivo, a lo que se acerca con reparos, sigilo y con ciertos temores por las consecuencias que pueda traer (“tengo miedo de entrar en la memoria / como quien entra en una casa oscura”).
Quizás de hecho el mensaje más dramático que nos envía el libro, y en consecuencia la realidad de aquellos años, es que a pesar de poner el acento en lo individual y amoroso frente a lo tétrico del entorno (“ese relámpago / que impone luz en medio de la noche”), es éste el que acaba por imponer su fuerza y termina por convertir esas vivencias en sueños pasajeros enfrentados con lo real, que impregna todo, algo que por otra parte no debe evitar el ejercicio de recordar esos momentos.
KEPA ARBIZU