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Todo ser se incrementa con el llanto 26/06/2011Publicado en Diario de León



En las recensiones de los libros anteriores de Rafael Saravia, Desprovisto de esencias (2008) y Pequeñas conversaciones (2007), destacaba yo su singularidad, por cuanto se apartan del decir ordinario, del decir poético esperable, creando un ámbito verbal peculiar, particular, distinto de cualquier otro. Responden a la ambición del poeta por marcar su territorio diferenciado. Los mismos títulos van por ese camino, sobre todo el que ahora reseño, Llorar lo alegre, oxímoron que responde a la ordenación del libro en tres partes, las dos primeras alusivas al llanto y la última a la alegría. «El libro lleva lágrimas que me corresponden», dirá el poeta, que atribuye lo alegre a amistades y familiares, si bien leído el libro, lo alegre pende y depende de un tú despierto al amor. La «extrañeza» que produce esta poesía reside en la expresión, en el fraseo, que tiende a la frase sustantiva, esencial. Un poema puede comenzar así: «No hubo dolor en la pobreza»: es la síntesis temática del poema, que no otra cosa es que la expansión o paráfrasis del verso inicial. No abundan los calificativos, pero cuando aparecen no son meros epítetos, sino matizadores de la idea que guía el poema: «Mi pobreza fue constante y suave», «el carbón nos hacía feligreses del calor ajeno y sudado». Cada verso exige una lectura pausada, dada la impresión de novedad que causa. Podía el poeta aludir al deseo de cariño y al frío del alma y el cuerpo en la niñez, pero el verso acumula todo tipo de sugerencias: «tan sólo el terrazo frío me aleccionaba en el hogar». Por cierto que este poema, «Alcance», resume muchas infancias pasadas en la pobreza «suave» y al amparo del esfuerzo y el sudor de los cercanos: «el lomo de mi madre resistió abundante y frondoso». Estamos en el ámbito de la «Primera lágrima» (título de la parte primera). Y dentro de ella varios poemas comienzan con un verso inicial sintético: «En la bondad de estas ruinas no hemos encontrado flores», «Tú que acumulas tanto y tan bueno, nunca tendrás suficiente», etc. Por lo demás, las renuncias a que la vida obliga, la incertidumbre, el tedio, las alegrías impedidas, etc., parecen un rasgo generacional que en algún poema resulta explícito: «Hace el tiempo olas de nuestros gestos...».

La «Segunda lágrima» es de amor. Adopta un tono personal, propio de un yo que habita en el llanto y en el recuerdo que lo provoca, porque los poemas hablan de ausencias, distancias, desencuentros, olvidos, pérdidas, tristezas, y de lo que queda tras los «Exilios» del amor, poema que prefiero: «Ya sólo quedan abrazos, / lágrimas sobre la ropa recién tendida, / tardes terribles, descalzas, / y un sencillo presagio de luz».

Un tono más luminoso y calmado adopta el poeta en la parte tercera, «Lo alegre». Encuentro del amor, renovación de sentimientos, el temblor de la piel y la alegría a que aboca: «Te asomo a mi boca, / te obligo y me obligas a reconocer lo inexacto... / Te inclinas... me inclino... / lloramos lo alegre en nuestra piel». Un libro, por lo tanto, sentido y pensado, de cuidada ordenación, retazos de biografía personal en ese camino que va de lo incierto a la certidumbre, del llanto a la alegría.

JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ

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