Diarios desde el este del Edén
13/11/2008Publicado en La Razón
«Hoy me siento débil y triste, como si el cielo se hubiera caído sobre mí». Con esta frase, impregnada de automisericordua, apuntalada con el rigor de un notario, John Steinbeck resumía su estado de ánimo en un cuaderno con vocación de testimonio: «Diario de una novela: las cartas de Al este del edén» (Bartleby editores). Un epistolario paralelo a la obra que le consagró como ariete de la narrativa norteamericana y que mereció que el actor James Dean interpretara a un Cal Trask, al alter ego de Steinbeck, que, ya para entonces, era comprometido y solidario con las conciencias oprimidas antes de recibir el Nobel que consagró su talento literario en 1962. Fue el autor de los pobres, de los olvidados, de aquellos rostros que trabajaban para terratenientes y a los que encontró un hueco en su escritura. El libro, que aparece ahora por primera vez en España, un confesionario que deja al descubierto su trastienda literaria y sus dudas ante una crítica que ya empezaba a hacer mella en su ánimo. Un título apropiado Steinbeck se muestra honesto, verdadero y cercano, y reconocía así el efecto salvífico de la escritura de denuncia: «He escrito los dieciséis versos del libro del Génesis de Caín y Abel, y es impresionante verlos como brillan, hasta deslumbrar, sobre el papel. Creo que he dado con un buen título, uno realmente apropiado y hermoso. A lo mejor escribo otra página y todo, no sé. Es una historia extraña que te atrapa». El autor consideró «necesario pensar y escribir» estas anotaciones y decidió, al día siguiente que el margen de la derecha de su cuaderno le serviría para escribir «Al este del edén»y dejaría el izquierdo para el diario. En este libro, el novelista, conocedor de las gentes que poblaban su país, elabora una crítica social sin perder un ápice de su literatura sin moldes ni vallas. Con cada una de sus cartas busca destinatario a través de conceptos antinómicos: lo feo y lo bello, la maldad y la bondad, el reposo gélido de quien ya está de vuelta de todo. En el horizonte, su Monterrey natal y los desarrapados que se reunían bajo el apellido «inmigrante» y la ira frenética ante el rechazo de sus compatriotas. Steinbeck se afanó en escribir a pesar de las penosas circunstancias. Mientras escribía «Al este del Edén», soñaba con literaturizar a los emigrantes y los muros de intolerancia, y, también, la romántica huida de un tipo al que su tierra le quedaba grande. Y, por supuesto, deja constancia de cómo detestaba a los críticos, aquellos que el propio Harold Bloom catalogó en su obra como los «Hemingway en horas bajas».
FRANCISCO CARRILLO