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La canción de Ruth, de Marifé Santiago Bolaños 26/12/2010Publicado en Cuéntate la vida (Blog)



La canción de Ruth es una historia triste, dura, llena de melancolía, pero al mismo tiempo también es una historia dulce, tierna, poética.

Porque más que narrar, su autora, Marifé Santiago Bolaños, nos susurra al oído, bajito, dulce y cariñosamente, y comparte con nosotros los miedos, los fantasmas, los reproches, los secretos, las preguntas sin respuesta, el dolor, las dudas y, ante todo, la historia de Ruth y de su familia, esa historia en la que el presente está marcado por un pasado que oprime, que aplasta, que encarcela, a pesar de que es casi desconocido.


A modo de puzzle, de mosaico, poquito a poco, con retazos de aquí y de allá, de ayer, de hoy y de mañana, poco a poco descubrimos la historia de la familia de la narradora. Así, conocemos a su abuela materna, que tuvo que sufrir que asesinaran a su marido, fusilándolo en la tapia del cementerio, y que se llevaran a su hija mayor, Basilisa en España y Vasilisa fuera, desde un pequeño pueblo de Extremadura hasta Valencia y más tarde hasta Rusia. Y todo por culpa de la Guerra Civil. Por eso esa mujer aceptó el consejo de su suegra y se marchó a Madrid con su hija pequeña, Catalina. Para huir de la vergüenza, del dolor, de la humillación y del horror para no tener que vivir escondidas como unas delincuentes. Pero no sabía que no se puede huir de los fantasmas. Por eso no imaginaba que se vería obligada a traicionar a su hija pequeña a cambio de un piso.

Y también conocemos la historia de los abuelos paternos. Esos que tuvieron que huir de Budapest con su hijo Imre en Hungría y Enrique en España por culpa de la Segunda Guerra Mundial para no escuchar los tiros, para no ver los muertos, la sangre, para no ser perseguidos o para no ser uno de esos hombres que acababan ahogados en el Danubio, muertos por un tiro o vivos, atados por los pies con alguien que acababa de recibir un disparo.

Pero esos abuelos no aguantaron mucho en España. Volvieron a Israel poco después de que su hijo Enrique conociese a la que iba a ser su mujer. Esa joven profesora con la que viajó a León en su luna de miel. Nunca más volvieron a Sefarad. Y nadie de la familia viajó a Tel Aviv para verles. Solo su hijo Enrique, pero cuando ya era demasiado tarde.

Porque en esta familia siempre es demasiado tarde para viajar, para preguntar, para saber, para recordar, para soñar, para vivir. Siempre es tarde para ser feliz. Por eso la narradora es arquitecta, para construir casas en las que la gente pueda ser feliz. Porque ella no lo ha sido. Ni su madre, ni su padre, ni su abuela viuda, ni sus abuelos de Israel a los que nunca llegó a conocer, ni su tía Vasilisa ni su prima que vive en Moscú, la hija de Vasilisa.

Bueno, ella sí lo fue. Hace mucho, demasiado tiempo. ¿Cuánto? ¿Quince, veinte años? Cuando recorría Madrid junto a su primer y único amor, ese que se marchó y al que no tuvo la valentía de preguntarle a dónde ni, mucho menos, el valor de seguirle. Como tampoco ha tenido nunca el valor de preguntarles a sus padres o a su abuela la historia de su familia, la verdadera, la real. Esa historia que nunca nadie cuenta porque es demasiado dolorosa, demasiado cruel, esa que está llena de dolor, de culpa, de humillación, de rupturas, de separaciones, de muerte y, sobre todo, de secretos. De preguntas nunca contestadas porque nunca han sido dichas. Porque en su familia nadie pregunta. Jamás. Y nadie responde. Nunca. En su familia solo se calla, se oculta y, sobre todo, se olvida y se sigue hacia adelante. O al menos se intenta.

Porque la única comunicación que hay en su familia no son los besos, los abrazos, las caricias o el cariño. Solo hay canciones, la danza de Isadora Duncan y las poesías de Marina Tsvietáieva. Esa escritora a la que admiran tanto la narradora como su prima y cuya casa en Moscú visitarán las dos mientras intentan recuperar la historia de su familia. Mientras intentan recuperar sus orígenes, su pasado, para poder vivir su presente y, sobre todo, para atreverse a mirar al futuro. Pero, sobre todo, para poder sellar esta historia con la palabra fin. Fin a esta historia. De verdad. Fin.

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