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Parejas poéticas 27/07/2008Publicado en Blog Hotel Kafka



Semanas atrás, y al hilo de la reciente edición de la antología de la poetisa norteamericana Jane Kenyon (1947-1995) -esposa del también poeta Donald Hall-, recordaba en un artículo cómo a lo largo de la historia de la poesía, no han sido pocos los matrimonios que han compartido vida y pasión lírica. Tomando como punto de partida la pareja formada a mediados del XIX por los británicos Robert Browning y Elisabeht Barrett, el siglo que ya se nos fue tiene muy diversos ejemplos. Valga citar los de Sylvia Plath y Ted Hughes, Barbara Frye y Charles Bukowski, Claribel Alegría y Darwin J. Flakoll, Fina García Marruz y Cintio Vitier, Aitana Alberti y Alex Pausides ; y de entre los nuestros, los de María Luisa Gefaell y Luis Felipe Vivanco, Ernestina de Champourcin y Juan José Domenchina, María Guerra Vozmediano y Luis López Anglada; además de los que felizmente aún siguen entre nosotros, Francisca Aguirre y Félix Grande, Luz María Jiménez Faro y Antonio Porpetta, etc.

Y si recuerdo estas parejas poéticas es porque hace tan sólo un par de días, llegaba a mis manos el poemario de Siri Hustvedt (Minnesota, 1955), Leer para ti, que acaba de ver la luz en Bartleby Editores. Esta doctora en literatura inglesa, novelista y ensayista, está casada desde 1981 con el también escritor, Paul Auster (New Jersey, 1947) -galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras el pasado año-. Estos veintiséis años de relación amatoria y literaria tienen un curioso nexo común y es el hecho de que ambos comenzaron escribiendo poesía, género que sin embargo, abandonaron hace ya más de dos décadas.

Publicado en 1983 con el título original de Reading to you, puede leerse ahora en versión bilingüe gracias a las certeras traducciones de las también poetisas Julia Piera y Chiara Merino. Apoyada en un versículo nostálgico, y en una sorpresiva prosa poética, Siri Hutvedt inventaría un volumen en el que se entremezclan las remembranzas de sus ancestros noruegos, los imposibles sueños de la infancia, las instantáneas de antiguos y exóticos paisajes, y muy diversos momentos autobiográficos que se disuelven en una misteriosa ficción. Todo ello, tamizado por la delicada condición de un decir frágil y cristalino: ora surrealista, Es extraño pensar que el infinito tenga seis lados, ora sugeridor: El día que me miré al espejo no sabía que cuando uno besa es imposible ver nada; ciega la proximidad a medida que una cara penetra la otra. Es breve y sólo queda el estremecimiento del recuerdo

Siri Hustvedt editó sus versos con veintiocho años. Después, dejó de lado la poesía y entró de lleno en el mundo de la narrativa. En nuestro país se han publicado con notable éxito algunas de sus novelas, tales como Los ojos vendados (1994), El hechizo de Lily Dahl (1997) y Todo cuanto amé (1994). En una entrevista concedida dos años atrás, recordaba las causas de aquel abandono lírico: «Lo que ocurrió fue que yo leía mucha poesía de los grandes autores. ¿Me parecían tan geniales¿ Y, de pronto, cada línea que yo escribía me empezó a parecer insoportablemente mediocre en comparación. Así que me trastorné y no pude seguir. Un profesor y amigo de la Universidad de Columbia me recomendó que hiciera escritura automática, como los surrealistas, que me sentara y escribiera sin parar, sin importar qué saliese. La misma noche que me lo dijo escribí treinta páginas. Pero nunca más fueron de poesía».

En 1997, la editorial Pre-Textos dio a la luz Desapariciones, un florilegio de la obra poética de Paul Auster, que recogía una treintena de poemas que el escritor americano había pergeñado entre 1970 y 1979. Su quehacer, concebido entre espacios abiertos y herméticos, entre el confinamiento de la palabra y la libertad del hombre, se vertebró en la citada década en la que publicó cinco poemarios. En una entrevista, publicada en El Cultural, afirmaba: «Tengo abandonada del todo la poesía. No he escrito un poema en veinte años». Al igual que su esposa, encontró en la prosa un mejor vehículo de expresión y su alejamiento de la lírica, tal vez, quiso dejarlo explicado con esta frase: «No hay nada en el mundo que no pueda servir de material para una novela».

Ambos, reconocen discutir mucho sobre sus textos. «Su opinión para mí tiene más crédito que la de nadie en este mundo y creo que ella piensa lo mismo de mí», relataba Auster. Releyendo sus versos (valgan los de él: «Cada noche/ desde el silencio de los árboles, sabes/ que mi voz/ viene caminando hacia ti»), es fácil imaginarlos, tantos años después, felizmente juntos en el privilegiado barrio de Park Slope, en el Brooklyn neoyorquino.

JORGE DE ARCO / Blog Hotel Kafka, 27-07-2007

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