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La voz definitiva y feroz de Sylvia Plath 11/09/2008Publicado en El Mundo



Aquel invierno de 1963 en que Sylvia Plath selló la puerta de la cocina y se echó a esperar en la boca del horno con la llave del gas abierta, concluía una tragedia y empezaba a cimentarse una leyenda.

Tenía 30 años. Vivía en Londres con sus dos hijos pequeños. La escritura era en ella una tormenta convulsa. Gastaba una inteligencia aguda, dulce y desequilibrada. Venía directamente del frío. El poeta Ted Hughes, su marido, la había abandonado dos años antes después de atravesar varios infiernos juntos.

Plath dejaba atrás una obra intensa, singular y poderosa que inició con virtuosismo precoz a los nueve años y que, al cumplir la treintena, cuando el suicidio, la hacía patrona de una enorme obra lírica, además de varios volúmenes de diarios y una novela que fue arpón del feminismo en los años 60: La campana de cristal, publicada bajo el seudónimo de Victoria Lucas.

Tras su muerte, pasó de ser una escritora para escritores a convertirse en icono de aroma maldito. En vida publicó un único libro de poemas, El coloso, y todo lo demás fue una dispersión de textos en revistas, aquí y allá. Ted Hughes se encargó de reunir su poesía completa y en 1981 se convirtió en la primera mujer que gana el Premio Pulitzer de poesía a título póstumo. Para entonces, Ariel, otro de los volúmenes que reúne parte de su escritura se había convertido ya en un título de culto y en uno de los libros de poesía más vendidos de la segunda mitad del siglo pasado.

Pero hasta ahora, la lectura de Sylvia Plath en España sólo permitía aproximarse a una parte de su escritura. La otra estaba aún inédita. De ahí que la editorial Bartleby apueste ahora por reunir todo el legado poético de la autora estadounidense (nació en Boston en 1932) en la primera edición en español de su Poesía completa, que reúne un centenar de poemas aún inexplorados en castellano, al cuidado del traductor y autor Xoan Abeleira.

En ellos toma cuerpo definitivo la tempestad de una creadora que resolvió su biografía como una llaga. En ella se daban cita todos los demonios. «Desde luego que las peripecias vitales de Sylvia Plath son en muchos casos inseparables de su obra», sostiene Abeleira, «pero han caído demasiados clichés sobre su vida y circunstancias. Y eso ha difuminado de algún modo la importancia de su mensaje. No creo que exista en la historia de la literatura moderna una figura tan manipulada como la de Plath, víctima de divergencias radicales entre sus admiradores y sus detractores. Su mito es comparable al de James Dean en el cine anglosajón. Su tragedia produjo un fenómeno casi patológico: algo tan infrecuente, tan anormal que a veces semeja una rara enfermedad».

Ese lastre ha ido adobando la leyenda hasta hacer de la malograda un mito que se daña a sí mismo, que se sacrifica sin remedio. Y eso no ha beneficiado a la hora de tomar conciencia de la envergadura de esta obra, que alcanzó su madurez en 1960, con un texto a modo de referente: Poema de cumpleaños.

En el bestiario catastrófico de Plath, son dos hombres los que ocupan el lugar más visible: de un lado, Ted Hughes, otro de los grandes poetas británicos de los últimos 50 años; de otro, el padre de Sylvia, el alemán Otto Plath, que murió cuando ella tenía nueve años y que se convirtió en uno de sus fantasmas más presentes. «En este sentido, el centenar de nuevas traducciones de esta Poesía completa ofrece algunos textos en los que esa relación de flecos mitológicos (donde se pueden ver la huellas de Medea, de Electra...) cuenta con nuevas visiones. Hacia su padre mantuvo una relación de amor que se fue degradando hasta la rabia», comenta Xoan Abeleira. Un rechazo propiciado por el desubrimiento de las veleidades nazis del progenitor.

Y entre los muchos poemas que le dedicó a modo de exorcismo (o que se dedicó a sí misma) destaca uno estremecedor, el titulado Papi: «No eras Dios, sino una esvástica/ tan negra que ningún cielo podía despejarla./ Toda mujer adora a un fascista,/ la bota en la cara, el bruto,/ bruto corazón de un bruto como tú».

De sus tinieblas dejó puntual noticia Sylvia Plath, no cabe duda. «Es que nos apasiona porque habla desde el corazón abierto sin medida, diciéndonos que también el chorro de la sangre es poesía», apunta Abeleira. «Pero lo más fascinante es descubrir en cada lectura cómo insertaba todo ese dolor, esa soledad, esa angustia, esa extraña inocencia dentro de un mundo mítico y visionario, trascendiendo el dato puntual, la anécdota, para alcanzar un lenguaje universal que tiene sus símbolos propios. Creo que esa herencia suya que se adscribe en la tradición de Rimbaud y Dylan Thomas, entre otros. Y puede ser una gran inyección de vitalidad dentro del panorama algo aburrido de la poesía española actual».

De algún modo, todo aquel desquiciamiento no era más que el aullido desamparado de quien se vio vencida por un caótico invierno, por un pasado de pulsiones oscuras, por un desamor insalvable. Con sólo 30 años dejó el rastro de una poesía que alcanzó intensidades terribles, emocionadas, auténticas. Una obra que, ahora sí, al completo, da la medida de quién estaba detrás, desvelada entre sombras.
ANTONIO LUCAS

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